viernes, junio 20

un problema español

Me reúno, en una de estas tardes que ofrece el invierno de por aquí -tardes en las que se cierra la luz de esta forma tan rápida- con el señor don J.B., antiguo ministro de este país. Paso a visitarlo a última hora, cuando ya ha debido liquidar los asuntos del día: paso a verlo por su despacho.
Este B. regresó, luego de su paso por la cartera de Justicia, a lo privado, donde parece lucirse: a mi esta sala donde me hacen esperar mientras no baja el señor B. me parece un sitio muy convincente para hacer cualquier tipo de negocios, pues uno siente aquí que la tendencia a cerrar tratos es muy positiva, creciente en comparación con otros sitios: es un ambiente que invita a entenderse:
Me fijo y toco las solapas de los mamotretos de leyes del Perú que hay en la estantería -libros de hace ya un tiempo-, palpo el grueso enmoquetado en el que los pies parecen mullirse -acaso el cuerpo entero-, me paseo por los recuerdos de los retratos que cuelgan de estas paredes, procuro captar los olores de las cosas viejas que me rodean; en definitiva, agradezco de veras el orden que, estando solo, se siente en esta sala.

Entra B. Hombre mayor, yo he venido sobre todo a escucharle, y él ha creído conveniente regalarme un rato, para ver si ya puestos le consigo algún cliente -alguna empresa que contrate sus servicios de abogado.
El señor B. me hace un retrato de cómo están las cosas por Perú, pero de esto ya se habló: aquí la gente está, por fin, haciendo algo de dinero: buena noticia para todos, la cual nos lleva a hablar un poco del futuro, y de cómo pueden venir dadas. Esto es una incógnita. Como sobre las incógnitas no suele haber acuerdos, nos ponemos a hablar de España. Tampoco en esto hay puntos de encuentro. Llegando aquí, le dejo hablar al ex-ministro, pues yo veo que se trata de una conversación que va dando tumbos, sin mucho ton ni son, y me limito a escuchar.
Da gusto oír hablar a este hombre. Un ex-ministro es siempre un ex-ministro, y yo, estimado lector, soy de los que tiene una cierta estima a la gente que sabe llevar sus antiguos cargos, y en el caso de los Ministerios esto debe ser una tarea considerable.

Así, en esta segunda parte donde yo no hablo, me pongo a pensar en los ministros que ha habido en España, y este pensamiento me oscurece algo el ánimo. Me paro a pensar en algunos de los ministros de ahora, y me entristezco de veras. Esta gente que ha llegado alto en España ¿qué oposiciones han aprobado? ¿han destacado algo -un algo- en lo privado, en la empresa? ¿de dónde han salido? Esta manera de expresar las ideas que utilizan: ¿es normal? Esta gente, tan empingorotada, ¿quiénes son? ¿lo harán bien?
La política en España es un guirigay ensordecedor, tremendo.

De esta manera, mientras yo estaba pensando en mis cosas, el señor B. se ha debido cansar de esta compañía, algo abstraída, así que me va despachando de manera educadísima, tanto que no me doy cuenta.
Una vez en la calle, ya de noche cerrada, me vuelvo a casa, dando un paseo, con alguna impresión, vaga, rondando el espíritu.

Y los días van pasando: espero que estéis bien.